lunes, 1 de abril de 2013

Ocho cruces.

La primera persona a la que amé, tenía una cicatriz de una puñalada en el abdomen.

Esto ha sido escrito mientras sonaba: Creed - Don't Stop Dancing. Dale a play para sentirlo mejor.

Por aquel entonces yo aún era sol. Pero ya estaba aprendiendo a sentir el dolor.
A veces le recuerdo. Me enseñó que el café se podía tomar solo, que era importante tener camaradas para los malos momentos y que a veces no importan los kilómetros, ni los horarios, cuando amas.
Era lo suficientemente valiente como para desafiar a un camarero en su propio bar, diciéndole que si conseguía hacer un barco con el humo de su pipa (como Gandalf) no tendríamos que pagar la cuenta.

Reía, reía fuerte. Hablaba fuerte. Me mintió mil veces. Fui hasta el borde por él, allí donde las puestas de sol se ven mejor cuando estás colocado. Al menos eso decía. Le brillaban los ojos como la miel cuando miraba hacia el mar en aquella terraza a cincuenta metros de su casa. Y lloré.
Supe que le perdería, y le perdí. A veces le recuerdo con nostalgia. Me quedé gran parte de él.


He estado con muchas personas hasta el día de hoy. Siempre singulares, siempre con grandes historias detrás. Necesito que me enseñen cosas que jamás haya visto. Me gustan los locos. Sólo los cuerdos se preguntan si lo están. Los locos lo saben de sobra.

Mi adrenalina me descubrió otros caminos que me llevaron a respirar otros aires. Lejos de aquí.
Supe lo que era andar descalza porque el más salvaje me enseñó lo que era no necesitar nada.
Volví a ser una niña cuando me perdí en las noches oscuras de la doble mirada de uno de ellos.
Me he sentido un objeto cometiendo grandes fallos, y me he sentido única aún siendo nada. Conducida de la mano de alguien a quien adoro escuchar durante horas y horas.
Hombro donde llorar y labios a los que besar cuando aquel que sólo flota cuando trasnocha lo necesita.
Me he sentido amada de manera incondicional, y me he perdido en algunos brazos cuando me derrumbaba. He jugado, han jugado conmigo y me ha gustado. Me han roto y me he perdido.

He amado con todas mis fuerzas, muchos años después de ese primer amor, con todo mi corazón e incluso con toda mi alma. Mis 21 gramos al completo, en su bolsillo. Y no es mi primer amor, pero sí sé que es el amor de mi vida. Le amé. Le amo. Hasta morirme. Hasta desangrarme. Hasta partirme los labios. Pero se fue. Ya no sé lo que es Octubre sin él, y no me atrae vivir otra primavera si no estará cogiéndome la mano en mi cumpleaños. No entiendo para qué sirve la lluvia si no es para mojar su pelo en la estación de metro o para que volvamos a saltar en los charcos. No recuerdo lo que es besar con ganas de llorar de amor, y sé que siempre que nos crucemos querré tocarle el pelo y ponerle un mechón detrás de la oreja.
Me conformo con respirarle. Volvería a tropezarme un millón de veces más. Sé que lo sabe.


Hoy estoy escribiendo de verdad, con todo mi espíritu, como no escribía hace mucho tiempo. Tengo que dejarlo salir. Me he aferrado a la comodidad del hielo durante meses y me he acostumbrado. Soy capaz de aplastar mis sentimientos e ilusiones de un día a otro. Ni siquiera sé cómo lo he aprendido. Sólo hay uno que no consigo hacer desaparecer. El que me da la vida y me la quita. 


...



Mi primer amor tenía y tiene una cicatriz de una puñalada en el abdomen. 
Supongo que me gustan las personas con historia. Podría escribir una canción al respecto.
A veces le recuerdo con nostalgia, pero ya no le amo. 

Por aquel entonces yo aún era sol, y mi madre me decía que tenía el pelo como el trigo.
Ya han pasado ocho años desde entonces.



Ahora estoy a punto de cumplir los veintiún años,
y tengo más de cuarenta cicatrices.

1 comentario:

Isi G. dijo...

Tus letras, como siempre, tocan por dentro y remueven entera toda mi alma, la agitan. Tienes magia y sentimiento escribiendo, se nota que salen de lo más profundo de ti.
Un abrazo gigante, sirenita azul.

><>º