martes, 1 de noviembre de 2011

Y un miau así de grande.

Huele a vino agrio, a cuero viejo, a adolescencia.
Sabe a secretos, a silencios y a sentimientos profundos, a algo picante que no consigo recordar.
Sus ojos, las luces que iluminan los peores caminos en los días grises.
Me dice que se droga para acortar los días, el tiempo le pesa en los talones y camina con fuerza.
Conozco lo que ama y lo que odia, y sé justo donde tengo que acariciarle para que sonría.
Todo lo que me digáis, quizás ya lo sepa.

A veces sueña y se le olvida que sueña, despierta con miedo a vivir.
Siempre con el escudo de metal a flor de piel, cubriendo su terciopelo.
Que ya sé cuanto tarda en tomarse las cervezas, y como ríe después.
Que yo también lo he visto soñar e ilusionarse, caer y deprimirse, y levantarse otra vez.
Sé cómo respira cuando duerme, cómo de fuertes son sus abrazos, y cuando quiere de verdad.
No hace falta que me digas, que pierdes la cabeza por su pelo, porque es a mí a quien permite tocárselo (mientras tanto, frunce el ceño y se pone de morros, que ya lo sé).
Que si se me olvida que soy bonita, es para que siempre me lo recuerde.

Y me dirás, ¿cómo sabes todo esto?
Y te contesto.

Lo cierto es,
que 24 horas no son suficientes.
Y aún si sólo tuviera medio segundo
seguiría observándole con el mismo amor
con el que le pienso ahora.

Contemplo mis heridas en el espejo, a 10 minutos de irme a dormir
y sigo pensando
que nunca un sentimiento pudo ponerme
tan a salvo del precipicio...



Me ha contado que jamás deja de amar por sorpresa, y mi cremallera se abre al compás de sus promesas...


1 comentario:

Isi G. dijo...

Qué bonita entrada, guapa^^

Un besazo enorme!!!