jueves, 27 de octubre de 2011

A ver cómo te lo explico.

Adoro estar tan loca por tu esencia.


Porque te comería el corazón y cuando te digo esto abiertamente, siempre sonríes como un niño.
Te enciendes un cigarro, miras al infinito y levantas una ceja.
Dejas salir al humo que has apresado en tu cuerpo y hablas de cualquier vanalidad.
No me miras. En el fondo eres tímido y pequeño, pero siempre pareces tan hombre que despistas.
Te conozco mejor de lo que los demás piensan y no me importa, porque aún me queda mucho por saber.
Esa manera de caminar hacia las escaleras donde siempre me siento a las 8 menos 20 de la mañana.
Siempre hago como que me he olvidado de tus abrazos o de que me quieres para que vuelvas a recordármelo.
Últimamente sólo eso me hace sentirme segura, aunque en realidad todo aquello más allá del abrigo de tu camisa de cuadros se esté tambaleando. A punto de romperse y de caer. Yo me siento fuerte y firme. Tú y tu complejo de salvavidas perfecto.

Un beso en la frente por cada hora que pasa.
Me siento pequeña aunque sé de sobras que llevo más tiempo en el mundo que tú.
Ya he dicho mil veces que eres la excepción que me mantiene con vida.
"Mañana, y dentro de muchos años, me acordaré de cada palabra, de cómo vas vestido, de tus gestos".
Vuelves a sonreír. Sonrío yo por inercia. Me contagias.
Nunca quiero que te vayas, se me hace absurdamente difícil aunque hablemos a todas horas y nos veamos cada día. Eres parte de mí, si desapareces me quedo extrañamente vacía.

Esas noches en las que salimos hasta que amanece y después llegamos a casa casi sin saber por dónde caminamos. Llenos de alcohol y otras sustancias hasta la médula. De la mano (como siempre) y riendo sin parar. Pocos momentos son tan felices, despreocupados y claros. Dormir contigo al lado es hacer de la cama un Universo paralelo en el que no existen los problemas. Tengo cada caricia tuya tatuada en la piel. Vienes y vas. Pones música y el pelo castaño se te derrama por tus hombros. Canturreas, te sientas, observas la luz entrando por la ventana, juegas con mi pelo (¿demasiado colorido para tus retinas rebosantes de ácido, mi amor?). No dejas de sonreír ni un momento. Bromas, anécdotas, frases rescatadas de las profundas lagunas del alcohol. Éxtasis. Oscuridad.


[...]

Despierto porque escucho tu voz lejana.
Ya me había olvidado del resto del mundo.
Supongo que he de seguir viviendo.

Ni siquiera he de decir tu nombre.
Tú sabes que es para tí.
Gracias por ser lo único capaz de hacerme realmente feliz dentro de este caos.
Todo saldrá bien.


Te quiero, pequeño.

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