lunes, 3 de octubre de 2011

Hechos para morir.

A veces me mira con esos ojos, ya sabes, le brillan como si fueran a saltar chispas.

Me dice que no sabe por qué me hago daño, si no lleva a ningún sitio, y yo no puedo hacer más que mirarle con cara de pena. Se angustia y me da un abrazo. Siempre es así. Se repite, y nunca me cansa.
Cuando hay luz es otra persona distinta. He descubierto que la noche le cambia. Es algo distinto de todos los demás, ya comprendo su mecanismo. Le comprendo porque es como yo.

No siento nada, estoy vacía y hastiada de todo.
Siempre quiero más y más, si no estoy al límite no tengo sentimientos.
Me gusta dejarme llevar, sentirme flotando y rozar la muerte con las yemas de los dedos...
En esos momentos podría hacer cualquier cosa, lo sé. Y todo me haría feliz. Es cuando por fin siento que algo me hace estremecer. Una alarma que me indica que sigo viva. Aunque para ello tenga que estar rozando la muerte, porque ésta va siempre acompañada del placer. Preguntadle a él, me comprenderá a la perfección. Nadie más lo entendería. Es otro mundo aparte lo que realmente compartimos. No se puede explicar.

¿Has probado las drogas? Pues es lo mismo.
Quizás conoces a alguien y a la primera te resulta atrayente pero no te entregas a ella por miedo.
Vas por dosis, pequeñas dosis que repites cada vez que te apetece.
Un día te despiertas y te das cuenta de que lo necesitas.
Es entonces cuando quieres más y más, y nunca tienes suficiente.
Y que yo misma diga esto, suena realmente irónico. No lo comprenderíais.

He conocido el placer de tenerlo todo en la mano en pocos segundos. Todo. O al menos, todo lo que necesitaba. Me transformo cuando me alteran la sangre. Sea lo que sea. Me entrego y siento como nunca había sentido. Sin embargo, cuando estoy aquí, y el Sol allí tras la ventana, como siempre, sin sobresaltos, no siento nada. Es difícil de explicar. A veces sólo necesito que me muerdan y me hagan sangrar. La cuestión es sentir algo fuera de este coma de color blanco que me rodea el cuerpo a diario. Una dosis. Sólo una. Y despierto. Sigo llevando todas esas pastillas en el bolsillo de la mochila.

Recuérdame que te diga que ambos deberíamos comprendernos. Tú necesitas adrenalina y yo endorfinas. Sin embargo, a pesar de saber disfrutar dándonos la mano, no soportaríamos vernos morir...

Tú necesitas tocar el cielo y yo también...



Pero prométeme que lo haremos juntos.

No hay comentarios: