Oyó la retumbante voz del león que decía - ¡Señor! ¿Has pasado así toda la noche?
Bastián se incorporó rápidamente, frotándose los ojos. Estaba entre las zarpas delanteras del león (...)
-¡Ay! -Balbuceó Bastián- pensé... pensé que estabas petrificado.
-Lo estaba -respondió el león-. Muero cada día cuando cae la noche, y cada mañana despierto de nuevo.
-Yo creí que era para siempre -explicó Bastián.
- Cada vez es para siempre -repuso Graógraman enigmáticamente.
Se puso en pie, se estiró y desperezó, y anduvo de un lado para otro de la caverna como hacen los leones. (...)De pronto se detuvo en sus paseos y miró al muchacho.
-¿Has derramado lágrimas por mí?
Bastián asintió en silencio.
-Entonces -dijo el león-, no sólo eres el único que ha dormido entre las zarpas de la Muerte Multicolor, sino también el único que ha llorado su muerte.
Bastián miró al león, que volvía a andar de un lado a otro, y por fin le preguntó en voz baja.
- ¿Siempre estás solo?
El león se detuvo de nuevo, pero esta vez no miró a Bastián. Mantuvo la cabeza vuelta y repitió, con voz retumbante:
-Solo...
La palabra resonó en la caverna.
-Mi reino es el desierto... y el desierto es también mi obra. Adonde quiera que vaya, todo se convierte en desierto a mi alrededor. Lo llevo conmigo. Soy de un fuego destructor. ¿Cómo podría tener otro destino que una perpetua soledad?
Bastián calló confuso.
-Tú, señor (...) podrás responderme: ¿Por qué tengo que morir al caer la noche?
-Para que en el Desierto de Colores pueda crecer Perelín, la selva Nocturna.
-¿Perelín? -repitió el león- ¿Qué es eso?
Y entonces Bastián le habló de las maravillas de la jungla hecha de luz viva. Mientras Graógraman escuchaba inmóvil y sorprendido, le describió la diversidad y magnificencia de las plantas brillantes y fosforescentes que se multiplicaban por sí solas, su crecimiento incesante y silencioso, su hermosura y su tamañó indescriptibles. Hablaba con entusiasmo y los ojos de Graógraman resplandecían cada vez más.
-Y todo eso -concluyó Bastián- sólo puede ser mientras estás petrificado. Pero Perelín lo invadiría todo y se
sofocaría a sí mismo si no tuviera que morir y deshacerse en el polvo, una y otra vez, en cuanto tú despiertas. Perelín y tú, Graógraman, sois una misma cosa.
- Señor -dijo luego- ahora sé que mi muerte da la vida y mi vida la muerte, y que ambas cosas son buenas. Ahora comprendo el sentido de mi existencia. Gracias.
"La historia interminable", Michael Ende.
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