lunes, 27 de junio de 2011

Pon música, papá.

Y empezaba a sonar la radio.



El coche hacía poco que se había puesto en marcha, y ya íbamos los cuatro camino a cualquier parte.
Más que a cualquier parte, a aquel lugar al que mi padre hubiera decidido llevarnos ese sábado.
Nos subíamos en el coche sin saber, pero con ganas.

Y salíamos del pueblo, y sólo veíamos autopista.
Y mi padre cantaba y daba golpecitos con los dedos en el volante.
Yo tarareaba las canciones, y algunas hasta las canturreaba por lo bajo, porque me las sabía (no sabía cómo ni de qué manera) desde que tenía uso de razón. Supongo que habían nacido conmigo.
Ella fumaba y tiraba la ceniza por la ventana.
Él, de vez en cuando, soltaba una mano del volante y nos hacía cosquillas a Mario y a mí, que estábamos sentados detrás. A veces nos asustaba porque íbamos medio dormidos.

Hubo viajes bonitos. Como cuando fuimos a El Bosque. Sólo había curvas y montañas, pero mereció la pena el trayecto para conocer aquel rinconcito medieval que me encantó. Quisiera volver, pero no sería lo mismo.
Los años nos cambian a todos. Incluso a mí.
Peru hubo un viaje que jamás olvidaré.

El 6 de Julio de 2006 marchamos hacia Valencia. Muchas horas de coche de las cuales la mayoría las pasé durmiendo en el regazo de mi hermano. El Papa visitaba aquella comunidad en esos días, pero nosotros no íbamos a verlo a él, ni mucho menos. Íbamos a ver a Bob Dylan en directo.
Llegamos al hotel y nos instalamos, después estuvimos haciendo turismo. Mi padre nos llevó a la Ciudad de las Artes y las Ciencias (que me encantó, por supuesto, ¡qué cantidad de peces, animales y demás bichos marinos!). Y también fuimos al puerto y andamos por la ciudad. Me gustó muy mucho.
El día del concierto (día 7) hacía un calor húmedo bastante curioso, pero aún así llegamos. Mi padre me regaló una camiseta oficial del tour (que aún conservo) y un póster de Dylan (foto que he puesto al principio, en la cual Bobby tiene un parecido con mi padre INCREÍBLE), que está colgado en mi cuarto desde hace años.

Escondí la cámara de vídeo de mi padre entre mi camiseta y mis pantalones y entramos.
Aquello fué espectacular, quise morir escuchando temas como Maggie's Farm o Mr. Tambourine Man. Otros me hicieron llorar, como I Want You, la primera canción que me aprendí en mi vida, con 5 años. Y con otras no pude más que sonreír, como Jokerman, que mi padre ponía mil veces en el coche. El concierto terminó con un temazo espectacular, como no podía ser más que Like a Rolling Stone, mientras anochecía y encendían los focos en el estribillo. Todos lloramos. A mi hermano le dió un bajón de tensión y la mujer de mi padre se lo llevó a la puerta. Dylan se despidió con el gesto del Papa y yo salí de la mano de mi padre, como la más feliz del mundo.

[...]


Mi memoria fotográfica me hace recordar cada instante de esos días.
Sólo lamento no poder revivirlos cada vez que quiera.
Al menos me quedan los recuerdos.



...A veces, cuando me reúno con mi padre y me lleva a casa de vuelta en el coche, aunque sean 10 minutos, sigue poniendo la radio...


Y Dylan suena siempre, siempre.
Igual que se nos oye a nosotros, años después, cantar a dúo sus canciones.




Papá, esta va por tí.
Te Quiero.

1 comentario:

Isi G. dijo...

Esos momentos son los más especiales :) Que no se olviden nunca nunca^^

Un besazo preciosa!